Julio Cortázar, una conciencia educadora
El célebre escritor argentino no ha dejado de publicar sus obras aún después de fallecido.
Por Adalberto Bolaño Sandoval (*)
Julio Cortázar, después de muerto en 1984, en París, no ha dejado de publicar. Y una mirada cuidadosa de esos textos editados, permiten observar a una Cortázar inesperado. Uno de ellos es el de profesor y conferenciante declarado, como lo registra el texto editado en el 2013 Clases de literatura. Berkeley, 1980 y Cartas 1937 – 1954. Con ello daba cuenta, una vez más, de su carácter de docente (o más que todo de su naturaleza de enseñante).
Decíamos que Cortázar, después de su fallecimiento, continuaba publicando, y ello gracias a la labor de su primera esposa, editora, traductora y albacea, Aurora Bernárdez, fallecida a finales del 2014. Bernárdez había traducido muchos escritores, entre otros Gustave Flaubert, Ítalo Calvino, Vladimir Nabokov y William Faulkner. Cortázar, por su parte, también tuvo igual oficio: traduciría la obra en prosa de Edgar Allan Poe y las Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar, ambas muy reconocidas mundialmente por sus altas calidades de traslación, y, entre otros más, a Daniel Defoe: Robinson Crusoe; G. K. Chesterton, del francés Jean Giono; Walter de la Mare; André Gide: El inmoralista, entre otros.
Poco antes de morir, Cortázar había delegado en sus amigos Saúl Yurkievich y a su mujer, Gladis Anchieri, su obra sin publicar, para que decidieran sobre su edición. Yurkievich nunca estuvo de acuerdo con el nombramiento de “el albacea de Cortázar”, y se encargó de aclarar de no serlo sino la exesposa de Cortázar, Aurora Bernárdez (vivieron juntos entre 1953 y 1967), quien cuidó dichas publicaciones.
De su labor salieron varios libros y recopilaciones: en 1985, Adiós Robinson y otras piezas breves; en 1994, Obra crítica. En 1996 se edita Imagen de John Keats, escrito entre 1951 y 1952. En el 2009, Papeles inesperados (1940-1984), edición de Aurora junto con Carlos Álvarez Garriga, y en el mismo año Correspondencia Cortázar-Dunlop-Monrós, Cartas a los Jonquières (2010) y cinco tomos de Cartas, en más de 3.000 páginas, que van de 1937 a 1994.
Pero también se encuentran Silvalandia (1996), una obra en colaboración de Julio Silva, dibujante e ilustrador de sus obras La vuelta al día en ochenta mundos y Último round, Divertimento (escrita en 1949), junto con El examen. Otra novedad la constituye La Puñalada/El tango de la vuelta, otro libro póstumo de Cortázar y el artista Pat Andrea, que había sido publicado en febrero de 1984, un día después de que fuera enterrado el autor de Rayuela, considerado un tesoro editorial perdido durante años y que ahora se recupera.
El profesor de bachillerato y universitario
Cuando se piensa en tan inesperada cantidad de textos recopilados, una mirada cuidadosa a las Cartas 1937 – 1954 y Clases de literatura. Berkeley, 1980 dejan ver en Cortázar a una conciencia educadora. Como sus pares escritores, Mario Vargas Llosa, Alejo Carpentier, José Donoso o Jorge Luis Borges, Cortázar tenía el don de la palabra académica, surgiendo de manera didáctica fácil.
Los orígenes en la docencia de Cortázar provenían de sus estudios normalistas, en Buenos Aires, de los que egresa en 1928, a los 14 años, en la Escuela Normal de Profesores Mariano Acosta. Se gradúa, más tarde, en 1932 como Maestro, y tres años después se titularía como Profesor Normal en Letras en 1935, en la misma escuela normalista Mariano Acosta. "Pésima, una de las peores escuelas imaginables", indicaría. Esa experiencia la trasladaría después a su cuento “La escuela de noche”, publicado en el libro Deshoras. Así, el narrador expresa críticamente: “En algún momento empecé a aflojar con elegancia, porque también a mí la escuela no me parecía tan manyada aunque llevaríamos allí seis años y medio de yugo, cuatro para recibirnos de maestros y casi tres para el profesorado en letra, aguantándonos materias tan increíbles como Sistema Nervioso, Dietética y Literatura Española…”
A los 19 años había leído Opio: diario de una desintoxicación de Jean Cocteau, libro que lo transformaría y daría pie para decidirse más rápidamente para ser escritor y adscribirse al surrealismo. En la Escuela Mariano Acosta llegó a dirigir la revista Addenda, y en 1935, a los 21 años, participa como actor del grupo de estudiantes. La Buenos Aires de entonces se encontraba en plena transformación. El Cortázar de entonces era un muchacho alegre, hablador. Lampiño, se mantendría así hasta que su barba fuera operada en la París de los años 60. Pero tuvo que esperar al menos 30 años más para darle otra forma y otra estampa a su cara.
Había ingresado a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires en 1935 y allí aprueba el primer año, pero, como declararía más tarde, en su casa "había muy poco dinero y yo quería ayudar a mi madre", y abandona los estudios para iniciarse como profesor. De esta manera, es designado como docente en la escuela San Carlos, en Bolívar, una provincia en las afueras de Buenos Aires, de 1937 a 1939, donde se distinguió por su pedagogía viva y clara. En 1938 publica su primera colección de poemas, Presencia con el seudónimo de Julio Denis. De ellos dirá que eran unos sonetos "muy mallarmeanos" y que, para él, son “felizmente olvidados”.
En ese trasegar por las provincias de Buenos Aires, y ya con 25 años, es trasladado a la Escuela Normal de Chivilcoy, como titular de Historia, Geografía e Instrucción Cívica hasta julio de 1944, cuando es llamado a la Universidad de Cuyo, institución en que le ofrecieron las cátedras de Literatura Meridional y Septentrional, dictadas entre 1944 y 1945. “Año y medio estuve en Cuyo, hasta que llegó el primer gobierno de Perón, y me marché”, declaró después. Cuyo es una ciudad ubicada en el centro oeste de Argentina, en la provincia de Mendoza.
De esa dimensión de los maestros tercermundistas y de escuela pública parten sus interesantes reflexiones en la Escuela Normal de Chivilcoy: “Tengo mucho trabajo en mis nuevas horas, y aunque muy satisfecho de la Escuela y del alumnado, me veo obligado a consagrarme hasta el cansancio a la preparación de las clases”. O también, más adelante, indica que trabaja “con un cuerpo de profesores que —salvo honrosísimas excepciones— desarrollan sus actividades dentro de un marco de mediocridad tan desoladora como exasperante”. Las informaciones y quejas a sus corresponsales son constantes. Cortázar escribe desde una piel que no le disgusta pero que enfrenta de manera dolorosa algunas veces. Todo depende de la época: “Ahora que, he terminado el torbellino de exámenes, regreso a la relativa paz de Buenos Aires, y entro en la semana de Navidad”.
En esa época, años 1944-45, el autor argentino muestra la dimensión que todavía afrontan los maestros latinoamericanos y de países “en vía de desarrollo” (realmente, todavía ¿“tercermundistas”?): las cuitas, enredalapitas y problemas de un profesor al que se persigue, se cuestiona porque es diferente, porque no se deja mangonear, porque es objetivo y claro en sus búsquedas y propuestas. Las cartas demuestran, además, un pensamiento libre y un lector insaciable y con gran capacidad de reflexión y profundidad crítica. Acerca de una muestra de música hindú escuchada en esos años, escribe con gran humor y sarcasmo: “las voces de los cantantes son una cosa desgarrada, angustiosa; el repetirse del mismo acompañamiento termina por envolverlo a uno en un ambiente de `horror sagrado`; se sale de eso discos como de un pantano palúdico; pero se vuelve a ellos como el criminal al lugar del crimen —y perdón por el conato de imagen—”.
La persecución política
Pocos después, hacia 1943, en tiempos en que los militares comienzan a tener fuerza en el gobierno, Cortázar es cuestionado en el colegio, acusándosele de “escaso fervor gubiernista”, comunista y ateo, pues dictaba las clases de la “revolución” peronista de manera fría, “llenas de reticencias y reservas”, lo cual conllevaba no apoyar al gobierno y ser socialista. Pero afortunadamente el panorama se le abre, pues es llamado a dictar unas cátedras en la Universidad de Cuyo como interino en el programa de Filosofía y Letras, en Mendoza: Literatura Francesa y de Europa Septentrional, basado en el estudio de la poesía.
Un año después, el panorama crítico por el que se saliera de la escuela secundaria, se repite en la Universidad de Cuyo, pues, comenta: “he tenido en honor de que en Mendoza me califiquen de fascista, nazi, sepichista, rosista y falangista […] con tanto fundamento como podría ser la de llamarme sauce llorón”. La Argentina de entonces, 1945, especialmente en el plano de la educación y la política, se llena de vituperios, persecuciones políticas, insultos en la radio, en los periódicos entre peronistas y antiperonistas, pues representa la época la continuación de golpes de estado: el primero, que culmina la “Década infame”, régimen que había dado golpe de estado cívico militar al presidente Hipólito Yrigoyen en 1930 y termina el 4 de junio de 1943. Luego, se presenta la “Revolución del 43”, que continúa con el derrocamiento que dieran nuevamente los militares al presidente Ramón Castillo ese mismo año. En fin, son tiempos difíciles pues Cortázar apoyó a la coalición antiperonista, una organización integrada por grupos de izquierda, democráticos y estudiantes, inclusive de grupos de derecha. Mucho más, cuando a raíz de que Juan Domingo Perón ascendiera al poder como vicepresidente y en conjunto con el gobierno militar de 1943, constituyéndose en fuerzas de apoyo a los nazis de la Alemania de la segunda guerra mundial y, además, racistas. Cortázar comienza en una refriega hasta hacerse público. Por ello, llega a declarar que en la universidad “vivimos cinco días completamente sitiados, recibiendo las consabidas bombas de gases, amenazas, etc.” La persecución a los profesores y renuncias son el pan de cada día. Así, en junio de 1946, eleva carta de renuncia, en virtud de las presiones, triquiñuelas y rifirrafes: "Preferí renunciar a mis cátedras antes de verme obligado a 'sacarme el saco' como les pasó a tantos colegas que optaron por seguir en sus puestos", declarará más tarde.
De esa experiencia nace el primero de sus cuentos, “Casa tomada”, presentado a Jorge Luis Borges para su publicación, y quien lo aprueba inmediatamente para su revista Los anales. El cuento narra en clave neofantástica la vida de dos hermanos aburguesados que viven de la renta de sus fincas y tierras, en una provincia argentina, en una casona de sus antepasados, y que se sienten invadidos por fuerzas desconocidas, que nunca logran aparecer de manera concreta. Primero esas fuerzas se toman una parte de la casa, después, el resto, y los hermanos salen obligados por esa fuerza invasora. Desde una interpretación política, como en la estrategia de ciertos dictadores latinoamericanos que pronuncian el "expropiésele” de manera categórica, el cuento apuntaba a ser una metáfora del despojo simulado, de una jugada en que el terror político se convertía en una versión de lo desconocido y neofantástico, cargando la antigua visión terrorista de los cuento de Poe en una versión en que estas trazas de convierten en un misterio cotidiano.
Su método de enseñanza
Acerca de sus métodos de enseñanza, en el blog de Juan Botía, en un artículo titulado “Julio Cortázar: profesor” aparecido en El Espectador, se reseñan las palabras de una exestudiante del colegio de Chivilcoy, María René Miné Cura. Para ella, la importancia de Cortázar como docente “fue transmitirnos la historia y la geografía de una manera que no nos había sido revelada. Era una mirada distante de la oficial. No hacía una cronología rigurosa. Nos contó la historia cotidiana, que era la historia de la civilización. Y nos enseñó la geografía humana, que traza la relación entre la gente y la tierra. Detestaba tomar exámenes y criticaba la rigidez del sistema educativo. Tenía una cosmovisión de las cosas”.
Justamente, tiene que ver con la filosofía pedagógica que expresa Cortázar en un hermoso texto titulado “Esencia y visión del maestro” (y reimpreso en Papeles inesperados), editado por los alumnos de la Escuela Normal de Chivilcoy, en la Revista Argentina, en el número 31 del 20 de diciembre de 1939:
“Ser maestro significa estar en posesión de los medios conducentes a la transmisión de una civilización y una cultura; significa construir, en el espíritu y la inteligencia del niño, el panorama cultural necesario para capacitar su ser en el nivel social contemporáneo y, a la vez, estimular todo lo que en el alma infantil haya de bello, de bueno, de aspiración a la total realización.”
Acerca de las clases de literatura en la Universidad de Cuyo Cortázar expresó: “Enseño mi literatura con gusto —aunque el nivel intelectual de aquí no sea brillante— y salgo por fin de esa odiosa cátedra secundaria que había dejado de tener todo sentido para mí […] yo vengo a quitarles cruelmente la inocencia, esa que Rimbaud defendía con tan atroces blasfemias que hacen sonrojarse a veces a mis alumnos”. Pero en realidad ese otro tiempo, ya personal, ya para la escritura que se manifestaba en algunos cuentos publicados o próximos a publicarse, pues “me divierto enormemente poniendo en orden — ¡ya era tiempo! — mis ideas y sentires” (pp. 201-203).
Entre ese año, 1946 y 1951, presenta libros que son rechazados: el poema dramático Los Reyes, la novela Divertimento y la novela El examen, hasta que le publican Bestiario, su primer libro de cuentos, y desde el cual comienzan a figurar sus primeras obras maestras en el género. Tras ganar una beca en París, se marcha en 1951.
Clases de literatura, Berkeley, 1980
Desde 1969 Cortázar se había negado sistemáticamente a dictar conferencias o charlas en Estados Unidos por encontrarse en contra de la “fuga de cerebros” y por su postura combativa del momento en contra de la “política imperialista” de ese país, posición que cambió a mediados de los setenta para cumplir con homenajes y simposios.
En Clases de literatura. Berkeley, 1980, Cortázar logra exponer su poética de la literatura de manera didáctica y popular, cómo y bajo qué parámetros escribió sus obras y cuáles eran las perspectivas experienciales y políticas tras las cuales plasmó tales trabajos. Al igual que Ítalo Calvino, quien es invitado en 1985 por la Universidad norteamericana de Harvard, para impartir la prestigiosa cátedra Charles Eliot Norton Lectures, y ya antes, desde 1927, T.S Eliot, Igor Stravinsky, J.L. Borges, Octavio Paz, Harold Bloom, también participantes en esa cátedra, Cortázar llama la atención en la Universidad de Berkeley por la forma en que comenta sus experiencias y cómo las estructura: parte de su propia experiencia (“Los caminos de un escritor”), para luego pasar al cuento fantástico (“a falta de uno mejor”).
Las lecturas o conferencias hacen una revisión lúcida e inteligente de su obra: 1) de los tiempos de cuentos fantásticos y de “entretenimiento”. Sobre estos declara: “(E)n los cuento de Buenos Aires los personajes estaban al servicio de lo fantástico como figuras para que lo fantástico pudiera irrumpir […] [aunque] lo que verdaderamente me importaba era el mecanismo del cuento, sus elementos finalmente estéticos, su combinatoria literaria con lo que puede tener de hermoso, de maravilloso y de positivo” (p. 19). Y que son realmente los más recordados, los de la primera época, como “Casa tomada”, “Circe”, “Continuidad de los parques”, “La noche boca arriba”, “Carta a una señorita en París”, entre otros. También hace referencia Cortázar a 2) una época metafísica (el cuento “El perseguidor” y Rayuela), que describen tiempos del individualismo y el egoísmo de Johnny y Horacio Oliveira, para pasar, posteriormente, y 3) a la última, en la que busca mirar al hombre desde sus dimensiones políticas, económicas, históricas, a partir de la revolución cubana.
Acerca de sus charlas en Harvard, Cortázar se preguntaba: ¿“Enseñar?” Dejó, dice en su carta a Guillermo Shavelzon, irónicamente, una imagen de “rojo”, “y les demolí la metodología, las jerarquías profesor / alumno, las escalas de valores, etc. En suma, que valía la pena y me divertí”. Tanto así, que en su primera charla, aclaró Cortázar: “Tienen que saber que estos cursos los estoy improvisando muy poco de que ustedes vengan aquí: no soy sistemático, no soy ni un crítico ni un teórico, de modo que a medida que se me van planteando los problemas de trabajo, busco soluciones” (p. 15).
Cortázar tenía mucha experiencia para contar cuentos pues en 1970 había hablado en La Habana y después originalmente publicado en la revista Casa de las Américas, en 1970, el texto “Algunos aspectos del cuento”, donde introdujo su inolvidable boutade de que “la novela gana siempre por puntos, mientras que el cuento debe ganar por knock-out”. Y ello, explicaba, porque “El cuentista sabe que no puede proceder acumulativamente, que no tiene por aliado al tiempo; su único recurso es trabajar en profundidad, verticalmente, sea hacia arriba o hacia abajo del espacio literario”.
En este recorrido, la mirada que Julio Cortázar manifiesta desde la literatura y desde la educación, casi cincuenta años atrás, es contigua, interpenentrante. En primer lugar, esta época concuerda con una declaración acerca del sentido humanístico de la literatura que da Cortázar en sus Clases de literatura:
“Creo que nosotros los escritores, si algo nos está dado —dentro de lo poco que nos está dado— es colaborar en lo que podemos llamar la revolución de dentro hacia afuera; es decir, dándoles al lector el máximo de posibilidades de multiplicar su información, no solo de información intelectual sino también la psíquica […] Si algo puede hacer un escritor a través de su compromiso ideológico o político es llevar a sus lectores una literatura que valga como literatura y al mismo tiempo que contenga, cuando es el momento o cuando el escritor así lo decide, un mensaje que no sea exclusivamente literario”.
Frente a la literatura, frente a la educación, surge un Cortázar integral: nociones de bondad, nociones de belleza, nociones de una política que confluyen en una apertura inteligente hacia el mundo; se trata de enseñar a pensar desde diferentes dimensiones: desde la educación y lo literario. Ellas convergen, y el maestro traslada hacia sus estudiantes ese diálogo fructífero: educar para ayudar a pensar, a interpretar, hacer el mundo propio y mejorarlo.
Ello coincide con su pensamiento pedagógico y ético en su texto “Esencia y visión del maestro”:
“Doble tarea, pues: la de instruir, educar, y la de dar alas a los anhelos que existen, embrionarios, en toda conciencia naciente. El maestro se tiende hacia la inteligencia, hacia el espíritu y, finalmente, hacia la esencia moral que reposa en el ser humano. Enseña aquello que es exterior al niño; pero debe cumplir asimismo el hondo viaje hacia el interior de ese espíritu, y regresar de él trayendo, para maravilla de los ojos de su educando, la noción de bondad y la noción de belleza: ética y estética, elementos esenciales de la condición humana”.
(*) Profesor de literatura Universidad Popular del Cesar. Investigador, crítico de literatura. Autor del libro Jorge Luis Borges. Del infinito a la posmodernidad. Una mirada desde la filosofía contemporánea a su narrativa y Paisaje, identidad y memoria en la poesía de José Ramón Mercado.